"He vuelto a ver mujeres en las calles", es lo primero que espeta Abbas Khider, recién llegado de vuelta a Berlín de su viaje mochilero por los países árabes en los que bulle la revolución
Khider nació en Bagdad en 1973 y a los 19 años fue encarcelado por repartir octavillas críticas con Saddam Hussein. Dos años en las cárceles iraquíes fueron suficiente para convencerle de que debía abandonar el país. Recaló en Berlín, una ciudad que acogió su talento narrativo y en la que ya ha publicado varias novelas con bastante tirón, como 'Las naranjas del presidente'.
"Siempre pensé que Berlín era una estación temporal, que en cuanto muriese Saddam volvería a casa. De hecho, así lo hice en 2003, pero descubrí que ya no pertenezco a ese país, que mi sitio no está ahí. Después de probar la vida en libertad, no era posible someterme ya a unos usos y costumbres que están arraigados en la cultura de esos países y me sentía extraño entre los míos. Pero en cuanto comencé a leer noticias sobre las revoluciones, supe que tenía que estar allí y verlo con mis propios ojos. Así que tomé un vuelo a El Cairo. En el avión viajábamos sólo tres personas. Los aviones vienen a Europa llenos, pero vuelan hacia allá vacíos. Tenía la sensación de estar adentrándome en los infiernos. Eso sí, cuando llegué, no tuve que buscar a los revolucionarios, estaban todos en la calle, era increíble, no había imaginado que fuera un movimiento tan colectivo", recuerda Khider sobre los precipitados inicios de su viaje.
"La última vez que estuve en Irak, recorriendo el mismo trayecto desde El Cairo, no ví apenas mujeres, excepto a las de mi familia. Era como si hubieran desaparecido. Sin embargo esta vez las he encontrado en las calles, en las plazas y en las librerías, ese es para mí el síntoma más descriptivo de que algo está cambiando muy en serio", comenta, al tiempo que admite que desde Berlín es difícil comprender en profundidad los acontecimientos.
"Lo primero que debe entender Occidente es que hay muchos tipos de árabes. Están los turkmenos, que no tienen nada que ver con los kurdos, hay chiíes y hay cristianos... y todos ellos pertenecen a la cultura árabe. Desde el 11 de septiembre nos sentimos demonizados, todos somos vistos como terroristas y eso no ayuda. Y ahora están teniendo lugar procesos de apertura muy diferentes en el seno de cada una de esas comunidades. No se pueden meter todas en el mismo saco. Y hay otro detalle que se tiende a simplificar. Cuando uno ve las noticias, se diría que en Europa y en EE UU están esperando que nazca un ramillete de democracias árabes. ¡Ojo! La mayoría de esos ciudadanos quiere libertad, está peleando por la libertad, pero no exactamente por la democracia. En esas sociedades no cala todavía el concepto de que un hombre equivale a un voto. Incluso los más rebeldes siguen pensando y actuando, no de forma individual, sino según el clan al que pertenecen. La cultura de la democracia tardará todavía un tiempo", reflexiona mientras remueve con la cucharilla una taza de té verde.
"Verá, en El Cairo, quise comprar un ramo de flores como agradecimiento a la familia que me hospedaba. Recorrí todo el centro, pero sólo pude encontrar flores de plástico. Creo que es una parábola, una imagen de lo que es en realidad la primavera árabe de la que tanto habla la prensa internacional". "Los libios, a través de sus medios de comunicación, reciben informaciones muy diferentes a las que recibimos nosotros y muchos creen que EE.UU. está detrás de todo esto. Yo mismo me he llegado a preguntar si esta vez estamos ante un auténtico paso hacia adelante en materia de derechos civiles y derechos humanos o si se trata solamente de una cuestión de poder", dice Khider, que advierte de forma insistente en que la única forma de que las revoluciones no retrocedan sobre sus pasos es que Occidente encuentre puentes culturales para entenderse realmente con los árabes. "Se trata de una parte de la humanidad muy rica y que tiene mucho que aportar. Es importante que desde aquí se entienda que el problema no es la cultura árabe, que no debería ser absorbida por el consumismo occidental. El problema tampoco es la religión, el problema nunca es la religión. El único problema es la dictadura".
Abbas Khider, escritor irakí-alemán, hizo el macuto cuando El Cairo se levantó
EL MUNDO
maimenes
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