Arribaron los Menceyes y nobles de Tenerife a las playas de La Gomera para
compartir las fiestas del Beñesmén. Al Mencey de Adeje le acompañaba su hijo Jonay,
que no tardó en distinguirse en las luchas con los banotes, en la esquiva de guijas, en
la alzada de pesos y en las otras competiciones y juegos en que tomaba parte. Gara lo
contemplaba. Como acude la sangre a la herida o como el mar refleja el cielo,
inevitablemente, se descubrieron y se enlazaron sus miradas. No pudieron impedir que
el amor les alcanzase. Así lo hicieron saber a sus padres y así, para añadir más júbilo
a la alegría de las fiestas del Beñesmén, fue hecho público su compromiso.
Apenas se propagó la nueva, inesperadamente el mar se pobló de destellos y se cuajó
el aire de estampidos y ecos prolongados. Echeyde, el gran volcán de Tenerife,
arrojaba lava y fuego por el cráter. Tanta era su furia que desde La Gomera podían
divisar las largas lenguas encendidas estirándose desde la cima hacia lo alto.
Entonces fue cuando recordaron el augurio del viejo Gerián, el aojador. Gara y Jonay,
agua y fuego. Gara era princesa de Agulo, el Lugar del Agua. Jonay venía de la Tierra
del Fuego, de la Isla del Infierno. No podía ser. El fuego retrocede ante el agua. El
agua se consume en el fuego.
Gara y Jonay, agua y fuego. Imposible su mezcla, imposible la alianza. Las llamaradas
que brotaban de la boca de Echeyde lo confirmaban. Aquel amor era imposible. Sólo
grandes males podían sucederse si no se separaban. Bajo amenaza, les prohibieron
sus padres que volvieran a encontrarse. Su unión quedó maldita.
Calmó su furia Echeyde y de nuevo se encerró el fuego en sus adentros de piedra.
Concluyeron las fiestas del Beñesmén y, sin peligro ya en la isla, regresaron a
Tenerife los Menceyes y nobles que habían ido a La Gomera. Mas Jonay no podía olvidar
a Gara. Un peso infinito, como un quebranto interminable, lo doblegaba y lo desvivía.
Necesitaba volver a verla, tenerla a su lado pese a las prohibiciones, pese a la maldición
que sobre ellos se cernía.
Ató Jonay a su cintura dos vejigas de animal infladas y, al amparo de la noche, se lanzó al
mar dispuesto a atravesar la distancia que le separaba de su enamorada. Las vejigas le
ayudaban a flotar y, cuando el cansancio rendía sus fuerzas, la imagen de Gara acudía a
su memoria dándole ánimos para recobrarse y seguir nadando. Así hasta que, aún
dudosa, la luz del alba lo recibió al llegar a las playas de La Gomera.
« El fuego habrá de consumirte » Eso le había dicho Gerián a Gara. Y un fuego
desmesurado la incendió cuando Jonay, escabulléndose y ocultándose, fue a encontrarla
y se abrazaron apasionadamente.
Escaparon por entre los montes de laurisilva hasta refugiarse en El Cedro. Allí se
entregaron al amor y se fundieron sus labios y sus ansias. Mas no podía durar mucho
aquella pasión furtiva. Lo dijo Gerián cuando el rostro de Gara desapareció del agua de
Los Chorros de Epina y en su lugar sólo hubo un resplandor de hoguera sobre el
líquido sucio, revuelto y anochecido.
« La muerte acecha. Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder
ocurrirá »
Enterado el padre de Gara de la huida de su hija con Jonay, dispuso que salieran a
perseguirlos. En la cumbre más alta de La Gomera habrían de encontrarlos, estrechamente
unidos, amándose. Antes que volver a separarse, antes de que sus perseguidores les
prendieran, Gara, la princesa del Lugar del Agua, y Jonay, príncipe de la Tierra del Fuego,
buscaron la muerte. Afiló Jonay con su tahona los extremos de una recia vara de cedro y la
colocó entre su pecho y el de Gara, las puntas hirientes apoyadas sobre sus corazones.
Luego, sin decirse nada, mirándose a los ojos, sintiendo cómo la vara de cedro los
traspasaba por el empuje de su violento y desesperado abrazo, quedaron quietamente
fundidos. Entonces agua y fuego fueron uno solo en la suma de sus cuerpos.
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