En algún lugar del cielo, existían dos almas que aún sin nacer ya
se amaban, porque desde siempre se conocieron y contemplaron el valor que cada
una de ellas resguardaba…
Cierto día, les llegó la
hora de ser parte del mundo y realizar una misión especial, como lo hacen todas
las almas a las que Dios envía a la tierra para embellecerla más.
Llevaban una eternidad
unidas y así para siempre querían estar. Ambas, amaban a Dios sobre todas las
cosas y solo querían hacer su voluntad… Y El, que las soñó, las creó y tanto las
conocía, sabía muy bien que la separación las afligía y les
dijo:
No teman ni se entristezcan, en la tierra se van a rencontrar, se
reconocerán y se unirán de tal forma, que serán en el mundo, signo de Fidelidad
en el Amor y la Amistad…
Fue así como olvidando
quienes eran y de dónde venían, se esparcieron por toda la tierra, ocultas en
cuevas, ríos, lagunas y piedras… Algunos hombres y mujeres, supieron de su
existencia y desde entonces, muchos ambicionaron con tenerlas, porque sabían que
en ellas había mucha riqueza, pero había que tener los ojos bien abiertos y
trabajar intensamente para lograr tenerlas… Hallar una piedrita o un pedacito
del alma dorada, implicaba procesarla, trabajarla, fundirla en el crisol y el
fuego, penetrar sus entrañas hasta derretirla y maltratarla… Pero entre más se
desvanecía, más dócil se sentía y más su belleza brillaba…
Cada día este proceso
doloroso y purificador, se repetía, y nunca dijo No, sólo pronunciaba su Fiat…
Le consolaba saber que en algún lugar, se encontraba su fiel alma amiga y con
ella soñaba… Y no estaba lejos de la realidad, porque en otro espacio del mismo
planeta, escondida entre pedazos de piedra, reconocida como “diamante”, el alma
tornasol se encontraba, protegiéndose con escombros que la opacaban, para no
atraer la atención de tantos que solo en las apariencias se fijaban… Es tan
fácil seguir de largo y hacernos ciegos, cuando lo que vemos no representa la
belleza que definimos ni el valor material que imponemos…
No es muy fácil ser
diamante, es necesario someterse a duros tratos, sentir una y otra vez el golpe
del cincel, arrancarle en cada impacto lo que le sobra, pulirlo a martillazos
para darle brillo y forma, desprenderle las impurezas e imperfecciones hasta
alcanzar tal transparencia que refleja como cristal, los múltiples colores del
alma y el brillo del amor que la invade… Muy pocos lograban abrir muy bien los
ojos, reconocer su figura en bruto y entender el valor que aún entre tantas
imperfecciones representaba; pero cuando su nombre se dio a conocer, se fue
convirtiendo en la codicia de tantos que querían enriquecer sus arcas
encontrándolos…
Y así habitando en sus
espacios, soñando con encontrarse, esperaban que alguien supiera ver en ellos
más allá que las apariencias y sus destellos… Es duro y doloroso, asumir todo el
proceso que se necesita, para alcanzar a la plenitud de su riqueza
infinita
Un día, el Dios Creador, quiso inspirar
un signo de alianza eterna entre aquellos que se juran Fidelidad, y conociendo
lo que los une y la riqueza que en sí encierran, escogió la alegría y el dolor
de cada uno, la fortaleza y la debilidad, lo humano y lo divino, lo que los hace
iguales y diferente, lo que los complementa y los hace únicos, la entrega y la
disponibilidad que tienen el oro y el diamante en su misión y vocación; para
expresar con ellos un vínculo que no tiene principio ni fin. Un rito de inmensa
belleza y transparencia, cuyo valor lo cubre más su proceso que su apariencia,
pero que imprime para siempre una promesa de Amor… Y es ahí en el que ambos
compartiendo su historia, siendo testigos de la intensidad y majestuosidad del
fuego que los consume y la dureza del cincel que los pule, se abren sus ojos, se
reconocen y en uno solo se Funden, para sellar la alianza nueva y eterna de
todos Aquellos a los que Dios les bendice eternamente su Amistad y Amor…
Kati Rojas
maimenes
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